Crianza y competencia
Compartir experiencias de maternidad ha resultado frustrante
y muy incómodo para mí porque, a menudo, madres y padres suelen juzgar lo que
hago – ya sea de forma sutil o directa – y se ponen como ejemplo para darme a
entender que sus prácticas de crianza son mejores. A esta actitud, muy
extendida, interiorizada y naturalizada, la he llamado la politización de la
crianza, por la argumentación que se usa para anular a los demás y por los círculos
donde eso pasa, que son los que me rodean. ¿Cómo podemos entonces despolitizar
la crianza de nuestros hijos e hijas?
En primer lugar, la crianza no es un campo de batalla
ideológico. Si bien nuestras experiencias personales y sistema de valores influyen
en nuestras decisiones como madres y padres, no hay una forma
"correcta" de criar. En mi experiencia, tanto en lo cotidiano como en
lo profundo, intento que estas decisiones se basen en el amor, el respeto y el
deseo de promover la comprensión, así como en apoyar a mi hijo e hija para
que alcancen su máximo potencial. Lecciones simples y lugares comunes para un
mundo en crisis.
Así mismo, despojo de conceptos y excesiva racionalización
todo lo que ocurre en nuestra intimidad: elegir un disfraz, comer una
hamburguesa el fin de semana, la música que oímos o las películas que vemos. No
quiero ser una mamá “interesante” ni “sabia”. Quiero jugar de forma auténtica y
ver Spiderman sin ser juzgada por eso.
La Crianza Como Campo de Batalla
Lastimosamente, la crianza se ha convertido en un campo de
batalla ideológico donde madres y padres a menudo opacan las prácticas de unos
y otros, imponiendo una impecabilidad ética que anula a las familias
"simples". Esta politización ocurre cuando se argumenta con superioridad
moral sobre decisiones cotidianas como horarios, dietas, la presencia de un
televisor en casa o la forma en que interactúan con sus hijos. Este afán de
perfección no solo restringe las emociones de los niños, sino que también les
exige reflexiones y actitudes inapropiadas para su momento de vida.
Es raro encontrar conversaciones genuinas y sinceras sobre
la crianza; lo que pasa a menudo son retahílas de indirectas y agresiones
escondidas que se despliegan como armas, invalidando la experiencia de la otra
persona o la otra familia y dando por sentado que la propia visión es la mejor,
la más adecuada, la más ética o la más responsable. Esta actitud crea un
ambiente de tensión y competitividad que no beneficia, deteriora la amistad y
nos distancia. A menudo, me abstengo de contar lo que vivo o compartir mis
historias para no salir juzgada. Cuando esto pasa, blanqueo los ojos y guardo
silencio. Después cambio de tema.
El Poder del Ejemplo
Más allá del lenguaje, de la música instrumental que oímos,
o del cine de culto, el ejemplo que damos como madres es un acto político real,
una revolución. Si queremos criar hijos e hijas que sean coherentes, debemos
serlo en nuestro propio comportamiento, y ahí me siento tranquila.
Esto significa mostrarles que en casa todos participamos en las tareas, confiar en sus decisiones y escuchar lo que piensan y sienten, hablando de manera sencilla y sin pretender la exquisitez ni la altura moral. Aprender para cambiar siempre, veo en el cambio un valor fundamental.
Despolitizar el amor, despolitizar el juego, despolitizar la crianza
Mi familia: Mi lugar perfecto por su imperfección, por su simpleza, por su desorden |
Asumo que lo personal es político, y aunque parezca una
contradicción con todo lo que acabo de decir, la crianza también es un acto
político. Mi decisión política es la coherencia y la alegría. A las familias
que tienden a anular y juzgar, les recomiendo recordar que cada familia es un
universo cultural. Juzgar o enseñar cómo deben ser las familias es un acto de
violencia. El verdadero acto político debería ser comprender y respetar esa
diversidad, permitiendo que cada hogar encuentre su propia forma de amar, jugar
y criar en libertad.
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