El falso Síndrome de Alienación Parental y la fortaleza en medio de conflictos

by - marzo 26, 2024

 



Hace unos días, leí una nota de prensa que anunciaba la prohibición de la aplicación del Síndrome de Alienación Parental (SAP) en procesos de familia. Este “síndrome”, que implica la manipulación de un progenitor para inducir el rechazo del otro progenitor por parte del niño o la niña, ha sido objeto de controversia en diferentes jurisdicciones. Imaginó que la Corte Constitucional tuvo en cuenta las observaciones del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belén do Pará de la OEA, que aborda la violencia de género. Este organismo señaló que el SAP se ha utilizado de manera inapropiada, particularmente cuando las mujeres denuncian violencia. Además, resaltó la falta de respaldo clínico y científico del "síndrome", destacando una preocupante tendencia a culpar a las madres que denuncian violencia, convirtiéndose así en una forma adicional de violencia hacia ellas.

En mi pasado fui víctima de esta denuncia, junto con otras seis acusaciones, en un momento en el que fui percibida como frágil social y económicamente. En ese tiempo, mi hija y yo fuimos víctimas de diversas formas de violencia, desde la negación de la cuota alimentaria hasta el hostigamiento judicial, todo como represalia por mi "mal carácter". insistí en que nada sería como el progenitor imponía, es decir, que cada decisión, cada ejercicio, cada tarea, debía ser concertada y aprobada por mí, la mamá. Mi firmeza, interpretada como desafío a su autoridad masculina, resultó en años difíciles con secuelas traumáticas que aún están ahí.

Explorando el SAP


En mi búsqueda por comprender el Síndrome de Alienación Parental (SAP), encontré un artículo de la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría que indagaba en su origen, alcance y propósitos prácticos. El análisis, titulado "La lógica del SAP: terapia de la amenaza"(1), destaca que el SAP se presenta como un cuerpo conceptual desde su formulación teórica como "síndrome médico puro" hasta su aplicación final como una especie de "terapia de la amenaza". Esta amenaza se basa en la inmediata modificación de la custodia y la posibilidad de aumentar las restricciones de contacto entre el progenitor –generalmente la madre– y el hijo o hija diagnosticados con SAP.

Este síndrome ha sido utilizado como una herramienta para silenciar a las mujeres madres, apuntando que son manipuladoras y utilizan a sus hijos para dañar a los padres varones. Importante destacar que los altos porcentajes de paternidades ausentes e irresponsables están vinculados a este fenómeno. El SAP se ha convertido en una contraacusación dirigida a mujeres que denuncian abusos y violencias impuestas por los hombres. En este contexto, el SAP ha sido una estrategia para desviar y proteger las irresponsabilidades, violencias y ausencias masculinas en la vida familiar. La dramática estadística de su uso ha llevado a su prohibición en países como Chile, España y ahora en Colombia.

La prohibición del SAP produjo en mí reflexiones sobre experiencias pasadas donde también fui víctima y victimaria. Pensaba en las condiciones que predisponen a una persona o grupo a ser víctima de injusticias y cómo las dinámicas sociales, económicas o culturales influyen en la vulnerabilidad ante situaciones victimizantes. Durante ese triste periodo de mi pasado, desempleada y enfrentando notificaciones judiciales mensuales de diversas entidades, - Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, de un juzgado de Familia, de una comisaría de Familia o de la Fiscalía – tuve que defender mi maternidad mientras ocultaba lo mal que estaba mientras mi sistema emocional y financiero se deterioraba, impidiéndome avanzar, concentrarme, sonreír, tener fe, confianza y afectando mi bienestar psicológico, Tuve insomnio, ataques de pánico y profundas dudas sobre mis capacidades, perdiéndome en un abismo durante dos años que fueron hábilmente aprovechados por aquellos que decidieron imponerme su castigo.

El Perfil del Victimario: Factores Determinantes

En el análisis del papel del victimario y su sistema cómplice de apoyo, surgen factores concretos que conducen a una persona o grupo a perpetrar injusticias. Mi propio victimario exhibía características que lamento reconocer en otros ejemplos similares. En primer lugar, la percepción de superioridad en aspectos sociales, de género, raza y económicos estaban allí. La frustración y el resentimiento por no encontrarme como una víctima "fácil" o manipulable parecían ser determinantes. La persecución jurídica a la que fui sometida, junto con la difusión de comentarios sobre mi mal carácter, funcionaba como una vía para aliviar su propio malestar.

También la información financiera que tenía de mí, lo que le permitía normalizar la discriminación y la persecución como una suerte de "justicia" para él y su equipo familiar y jurídico. Esta actitud y su círculo familiar que lo financiaba respaldada por la percepción de superioridad, hicieron un cóctel tóxico de injusticias.

En cuanto a las experiencias traumáticas o abusivas en la infancia de mi victimario, indudablemente influyeron en el desarrollo de patrones de comportamiento victimario hacia mí. En una ocasión en una comisaría de familia, mi victimario comparó mis actitudes con las de su madre para causar solidaridad hacia él. Esta estrategia no solo generó confusión entre las personas presentes, sino que también revela cómo aquellos que han sido víctimas pueden asumir la violencia como un mecanismo de supervivencia, replicando estos comportamientos en situaciones de poder. Este ciclo perpetúa la violencia y refuerza la necesidad de abordar las raíces traumáticas que alimentan las conductas victimarias.

La Profundización de los Conflictos



Identifico a dos clases de víctimas: aquellas que permanecen en la sombra, temerosas y cómodas para los victimarios y aquellas que enfrentan su victimización con valentía. Sin embargo, cuando una víctima valiente cuestiona con orgullo un acto victimizante, la percepción de irrespeto hacia las supuestas condiciones de "inferioridad" se percibe como arrogancia y falta de respeto, razón por la que el castigo se incrementa, aumentando de paso el hecho victimizante.

En contextos de desequilibrio de poder, ya sea en entornos laborales o familiares, se repiten refranes que refuerzan la sumisión, como "No morder la mano de quien da de comer", "No hay que ser desagradecido", "el que escupe al cielo le cae en la cara", "Quien tiene la plata manda" o "¡Quien la ve!". Si aquel que ostenta el poder no puede imponer su lógica, la respuesta suele ser una agresión más intensa para mantener el control, la hegemonía y la superioridad. Esto puede manifestarse a través de despidos injustificados, acoso laboral, deslegitimación social, expulsiones familiares o una serie de demandas. Lamentablemente, en muchas ocasiones, la víctima valiente experimenta una pérdida de legitimidad al defenderse o responder a la agresión, ya que se espera que las víctimas acepten los ataques con una ética inquebrantable, especialmente las mujeres.

En Latinoamérica, conocemos de cerca el significado de "valer menos", una tradición que nos ha acostumbrado a aceptar sumisamente los planes de las hegemonías. Los grupos sociales y de izquierda que desafían estas imposiciones suelen ser estigmatizados y ridiculizados. El asimilamiento de formas de esclavitud colectiva ha hecho que resulte impensable imaginar modelos distintos y horizontales, perpetuando con naturalidad el racismo, sexismo y clasismo como bases sociales predominantes.

Lo que persiste es la aceptación eventual de la imposición de "quien vale más", ya sea por cansancio o pérdida de esperanza en que todo será diferente. Rebeldes y sumisos se adaptan lentamente, ocupando el mejor lugar social posible. Incluso dentro de colectivos sociales, de izquierda y feministas, se reproducen agresiones basadas en la lógica de "quien vale más" o "quien tiene autoridad moral". Desafiar esta lógica puede conducir a la armonización de proyectos sociales compartidos y prevenir la desarticulación de procesos colectivos.

Adiós al Dolor


Las partes involucradas en conflictos pueden radicalizarse, causando un dolor particularmente intenso para aquel que "vale menos". Todo depende del carácter de la víctima y a cuán lejos esté dispuesta a llegar. En algunos casos, las víctimas ceden; sin embargo, también puede ocurrir, como fue mi experiencia, que el dolor simplemente desaparece, volviéndose inmune a cualquier ofensa, mentira o estrategia que intente afectar emocionalmente.

El momento en el que me reconocí como una persona fuerte y extremadamente serena pasó durante el seguimiento al caso de SAP en una comisaría de familia. Las profesionales ya habían dejado claro que no existía ninguna alienación parental y que ese término no tenía cabida en su oficina. Ante la persistencia del victimario, me sorprendí al constatar que nada me afectaba, alteraba, impresionaba o hería emocionalmente. Lo vi confundido y frustrado, elevando la voz y gesticulando, mientras yo mantenía una calma imperturbable. Durante meses, insistió en imponer su autoridad hasta que finalmente aceptó que había perdido el poder sobre mí y sobre nuestra hija. Fue el adiós definitivo al dolor.

Desafiar la Verdad y Tratar las Heridas con Honestidad


Idealmente, deseo que no solo este victimario, sino todos aquellos que abusan de su poder o se perciben a sí mismos con superioridad, se enfrenten a una reflexión sobre sus acciones y cuestionen la efectividad de su comportamiento. Sin embargo, las víctimas también tienen mucho que aprender y reflexionar.

Con los años y tras haber sido tanto víctima como victimaria, he comprendido que la vida es como un tejido o un río, y en ambos casos, la verdad es un relato en disputa. Descubrí que la rigidez de las verdades aceptadas suele ser un obstáculo. La resistencia a desafiar nuestras propias verdades nos limita e incluso nos anula, como cuando una persona insatisfecha se aferra a un trabajo que no ama, justificándolo con la estabilidad laboral, limitando su crecimiento, su tiempo y su alegría. Cuestionar la verdad que tenemos dentro es un acto de rebelión que desentraña las fibras mismas de la realidad y libera tanto a víctimas como victimarios.

Después de la confrontación, sin importar quién gane o qué verdad se imponga, tanto víctimas como victimarios quedamos heridos de diversas formas. Llega un momento en que la necesidad urgente y vital de pasar la página y sanar se hace presente. Si bien el tiempo tiene su efecto, en mi opinión, tratar las heridas con honestidad y confrontar las cicatrices emocionales reconociendo la realidad de nuestras experiencias nos expone a una verdad incómoda, pero puede ser el camino hacia la comprensión y la tan anhelada sanación.


Bibliografía 

(1) La lógica del Síndrome de Alienación Parental de Gardner (SAP): "terapia de la amenaza"
ESCUDERO, Antonio; AGUILAR, Lola  y  CRUZ, Julia de la. La lógica del Síndrome de Alienación Parental de Gardner (SAP): "terapia de la amenaza". Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. [online]. 2008, vol.28, n.2 [citado  2024-01-17], pp.285-307. Disponible en: <http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0211-57352008000200004&lng=es&nrm=iso>. ISSN 2340-2733.




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