Hace unos días, leí una nota de prensa que anunciaba la
prohibición de la aplicación del Síndrome de Alienación Parental (SAP) en
procesos de familia. Este “síndrome”, que implica la manipulación de un
progenitor para inducir el rechazo del otro progenitor por parte del niño o la
niña, ha sido objeto de controversia en diferentes jurisdicciones. Imaginó que
la Corte Constitucional tuvo en cuenta las observaciones del Mecanismo de
Seguimiento de la Convención de Belén do Pará de la OEA, que aborda la violencia
de género. Este organismo señaló que el SAP se ha utilizado de manera
inapropiada, particularmente cuando las mujeres denuncian violencia. Además,
resaltó la falta de respaldo clínico y científico del "síndrome",
destacando una preocupante tendencia a culpar a las madres que denuncian
violencia, convirtiéndose así en una forma adicional de violencia hacia ellas.
En mi pasado fui víctima de esta denuncia, junto con otras
seis acusaciones, en un momento en el que fui percibida como frágil social y
económicamente. En ese tiempo, mi hija y yo fuimos víctimas de diversas formas
de violencia, desde la negación de la cuota alimentaria hasta el hostigamiento
judicial, todo como represalia por mi "mal carácter". insistí en que
nada sería como el progenitor imponía, es decir, que cada decisión, cada
ejercicio, cada tarea, debía ser concertada y aprobada por mí, la mamá. Mi
firmeza, interpretada como desafío a su autoridad masculina, resultó en años
difíciles con secuelas traumáticas que aún están ahí.
Explorando el SAP
En mi búsqueda por comprender el Síndrome de Alienación
Parental (SAP), encontré un artículo de la Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría que indagaba en su origen, alcance y propósitos prácticos. El
análisis, titulado "La lógica del SAP: terapia de la amenaza"(1),
destaca que el SAP se presenta como un cuerpo conceptual desde su formulación
teórica como "síndrome médico puro" hasta su aplicación final como
una especie de "terapia de la amenaza". Esta amenaza se basa en la
inmediata modificación de la custodia y la posibilidad de aumentar las
restricciones de contacto entre el progenitor –generalmente la madre– y el hijo
o hija diagnosticados con SAP.
Este síndrome ha sido utilizado como una herramienta para
silenciar a las mujeres madres, apuntando que son manipuladoras y utilizan a
sus hijos para dañar a los padres varones. Importante destacar que los altos
porcentajes de paternidades ausentes e irresponsables están vinculados a este
fenómeno. El SAP se ha convertido en una contraacusación dirigida a mujeres que
denuncian abusos y violencias impuestas por los hombres. En este contexto, el
SAP ha sido una estrategia para desviar y proteger las irresponsabilidades,
violencias y ausencias masculinas en la vida familiar. La dramática estadística
de su uso ha llevado a su prohibición en países como Chile, España y ahora en
Colombia.
La prohibición del SAP produjo en mí reflexiones sobre
experiencias pasadas donde también fui víctima y victimaria. Pensaba en las
condiciones que predisponen a una persona o grupo a ser víctima de injusticias
y cómo las dinámicas sociales, económicas o culturales influyen en la
vulnerabilidad ante situaciones victimizantes. Durante ese triste periodo de mi
pasado, desempleada y enfrentando notificaciones judiciales mensuales de
diversas entidades, - Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, de un juzgado
de Familia, de una comisaría de Familia o de la Fiscalía – tuve que defender mi
maternidad mientras ocultaba lo mal que estaba mientras mi sistema emocional y
financiero se deterioraba, impidiéndome avanzar, concentrarme, sonreír, tener
fe, confianza y afectando mi bienestar psicológico, Tuve insomnio, ataques de
pánico y profundas dudas sobre mis capacidades, perdiéndome en un abismo
durante dos años que fueron hábilmente aprovechados por aquellos que decidieron
imponerme su castigo.
El Perfil del Victimario: Factores Determinantes
En el análisis del papel del victimario y su sistema
cómplice de apoyo, surgen factores concretos que conducen a una persona o grupo
a perpetrar injusticias. Mi propio victimario exhibía características que
lamento reconocer en otros ejemplos similares. En primer lugar, la percepción
de superioridad en aspectos sociales, de género, raza y económicos estaban
allí. La frustración y el resentimiento por no encontrarme como una víctima
"fácil" o manipulable parecían ser determinantes. La persecución
jurídica a la que fui sometida, junto con la difusión de comentarios sobre mi
mal carácter, funcionaba como una vía para aliviar su propio malestar.
También la información financiera que tenía de mí, lo que le permitía normalizar la discriminación y la persecución como una suerte de "justicia" para él y su equipo familiar y jurídico. Esta actitud y su círculo familiar que lo financiaba respaldada por la percepción de superioridad, hicieron un cóctel tóxico de injusticias.
En cuanto a las experiencias traumáticas o abusivas en la infancia de mi victimario, indudablemente influyeron en el desarrollo de patrones de comportamiento victimario hacia mí. En una ocasión en una comisaría de familia, mi victimario comparó mis actitudes con las de su madre para causar solidaridad hacia él. Esta estrategia no solo generó confusión entre las personas presentes, sino que también revela cómo aquellos que han sido víctimas pueden asumir la violencia como un mecanismo de supervivencia, replicando estos comportamientos en situaciones de poder. Este ciclo perpetúa la violencia y refuerza la necesidad de abordar las raíces traumáticas que alimentan las conductas victimarias.
La Profundización de los Conflictos
Identifico a dos clases de víctimas: aquellas que permanecen
en la sombra, temerosas y cómodas para los victimarios y aquellas que enfrentan
su victimización con valentía. Sin embargo, cuando una víctima valiente cuestiona
con orgullo un acto victimizante, la percepción de irrespeto hacia las
supuestas condiciones de "inferioridad" se percibe como arrogancia y
falta de respeto, razón por la que el castigo se incrementa, aumentando de paso
el hecho victimizante.
En contextos de desequilibrio de poder, ya sea en entornos
laborales o familiares, se repiten refranes que refuerzan la sumisión, como
"No morder la mano de quien da de comer", "No hay que ser
desagradecido", "el que escupe al cielo le cae en la cara",
"Quien tiene la plata manda" o "¡Quien la ve!". Si aquel
que ostenta el poder no puede imponer su lógica, la respuesta suele ser una
agresión más intensa para mantener el control, la hegemonía y la superioridad.
Esto puede manifestarse a través de despidos injustificados, acoso laboral,
deslegitimación social, expulsiones familiares o una serie de demandas.
Lamentablemente, en muchas ocasiones, la víctima valiente experimenta una
pérdida de legitimidad al defenderse o responder a la agresión, ya que se
espera que las víctimas acepten los ataques con una ética inquebrantable,
especialmente las mujeres.
En Latinoamérica, conocemos de cerca el significado de
"valer menos", una tradición que nos ha acostumbrado a aceptar
sumisamente los planes de las hegemonías. Los grupos sociales y de izquierda
que desafían estas imposiciones suelen ser estigmatizados y ridiculizados. El
asimilamiento de formas de esclavitud colectiva ha hecho que resulte impensable
imaginar modelos distintos y horizontales, perpetuando con naturalidad el
racismo, sexismo y clasismo como bases sociales predominantes.
Lo que persiste es la aceptación eventual de la imposición
de "quien vale más", ya sea por cansancio o pérdida de esperanza en
que todo será diferente. Rebeldes y sumisos se adaptan lentamente, ocupando el
mejor lugar social posible. Incluso dentro de colectivos sociales, de izquierda
y feministas, se reproducen agresiones basadas en la lógica de "quien vale
más" o "quien tiene autoridad moral". Desafiar esta lógica puede
conducir a la armonización de proyectos sociales compartidos y prevenir la
desarticulación de procesos colectivos.
Adiós al Dolor
Las partes involucradas en conflictos pueden radicalizarse, causando un dolor particularmente intenso para aquel que "vale menos". Todo depende del carácter de la víctima y a cuán lejos esté dispuesta a llegar. En algunos casos, las víctimas ceden; sin embargo, también puede ocurrir, como fue mi experiencia, que el dolor simplemente desaparece, volviéndose inmune a cualquier ofensa, mentira o estrategia que intente afectar emocionalmente.
El momento en el que me reconocí como una persona fuerte y extremadamente serena pasó durante el seguimiento al caso de SAP en una comisaría de familia. Las profesionales ya habían dejado claro que no existía ninguna alienación parental y que ese término no tenía cabida en su oficina. Ante la persistencia del victimario, me sorprendí al constatar que nada me afectaba, alteraba, impresionaba o hería emocionalmente. Lo vi confundido y frustrado, elevando la voz y gesticulando, mientras yo mantenía una calma imperturbable. Durante meses, insistió en imponer su autoridad hasta que finalmente aceptó que había perdido el poder sobre mí y sobre nuestra hija. Fue el adiós definitivo al dolor.
Desafiar la Verdad y Tratar las Heridas con Honestidad
Idealmente, deseo que no solo este victimario, sino todos aquellos que abusan de su poder o se perciben a sí mismos con superioridad, se enfrenten a una reflexión sobre sus acciones y cuestionen la efectividad de su comportamiento. Sin embargo, las víctimas también tienen mucho que aprender y reflexionar.
Con los años y tras haber sido tanto víctima como victimaria, he comprendido que la vida es como un tejido o un río, y en ambos casos, la verdad es un relato en disputa. Descubrí que la rigidez de las verdades aceptadas suele ser un obstáculo. La resistencia a desafiar nuestras propias verdades nos limita e incluso nos anula, como cuando una persona insatisfecha se aferra a un trabajo que no ama, justificándolo con la estabilidad laboral, limitando su crecimiento, su tiempo y su alegría. Cuestionar la verdad que tenemos dentro es un acto de rebelión que desentraña las fibras mismas de la realidad y libera tanto a víctimas como victimarios.
Después de la confrontación, sin importar quién gane o qué verdad se imponga, tanto víctimas como victimarios quedamos heridos de diversas formas. Llega un momento en que la necesidad urgente y vital de pasar la página y sanar se hace presente. Si bien el tiempo tiene su efecto, en mi opinión, tratar las heridas con honestidad y confrontar las cicatrices emocionales reconociendo la realidad de nuestras experiencias nos expone a una verdad incómoda, pero puede ser el camino hacia la comprensión y la tan anhelada sanación.
Bibliografía
(1) La lógica del
Síndrome de Alienación Parental de Gardner (SAP): "terapia de la
amenaza"
ESCUDERO, Antonio; AGUILAR, Lola y CRUZ, Julia de la. La lógica del Síndrome de Alienación Parental de Gardner (SAP): "terapia de la amenaza". Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. [online]. 2008, vol.28, n.2 [citado 2024-01-17], pp.285-307. Disponible en: <http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0211-57352008000200004&lng=es&nrm=iso>. ISSN 2340-2733.
ESCUDERO, Antonio; AGUILAR, Lola y CRUZ, Julia de la. La lógica del Síndrome de Alienación Parental de Gardner (SAP): "terapia de la amenaza". Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. [online]. 2008, vol.28, n.2 [citado 2024-01-17], pp.285-307. Disponible en: <http://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0211-57352008000200004&lng=es&nrm=iso>. ISSN 2340-2733.